martes, 7 de enero de 2014

1 Monstruo

Las sirenas no paraban de sonar. El grito desgarrador de una madre acercándose a la camilla inundó mis oídos. Me acurruqué mas en aquella esquina y puse mis manos en mis orejas con la vana esperanza de que dejase de escuchar. Un policía no paraba de de dar órdenes a los demás agentes y todos empezaron a moverse agitados. Aún podía oír el llanto de aquella mujer antes de que su voz fuese ahogada por las puertas de la ambulancia y la sirena de esta al alejarse. En mi estómago había un gran nudo que casi no me permitía respirar. Y una voz en mi cabeza no dejaba de atormentarme. Quería gritar, pero sabía que con aquello solo conseguiría que me descubriesen.

Una voz de un agente avisando a otro compañero me sorprendió. “Hay alguien allí” Creí oír. Levanté la cabeza y vi aquel policía acercándose a mi. Me entró el pánico.

-No te acerques- le amenacé con un tono bajo que sólo el podría percibir.

Pero el no hizo caso y con una sonrisa amable abalanzó una mano hacia mi. Estaba asustada. Vi como la sangre brotó de su brazo y su cara de terror. Estaba presa del pánico, solo quería huir pero la pared me lo impedía. “Sal de aquí,” decía una parte de mí “sal ahora mismo de aquí” Solo quería salir de allí fundirme con la oscuridad de la noche. Y así fue. Sentí como mi cuerpo se deshacía, como poco a poco dejaba de ser sólido. Y desaparecí de allí, y me marche lejos. “Huye, huye, huye” Me repetía. El nudo de mi estómago me pedía llorar. No me acuerdo de si lo hice, simplemente no me acuerdo de más de lo que pasó aquella noche.



    Desperté desorientada al atardecer del siguiente día. Sentí el pelaje débil y escaso en las manos y en la cara. Me incorporé, era un perro viejo, no debía quedarle mucho de vida. Las ratas se arrejuntaban a su alrededor, como si quisiesen acercarse. Chillaban, eran bastante molestas. Me llegaba la luz del crepúsculo a través de una rejilla. Aquella luz rojiza me gustaba.

Miré aquel perro viejo. Respiraba con dificultad. Parecía que estuviese durmiendo. Estaba en los huesos. Casi daba la impresión de ser una de las formas de la propias de la muerte. Lo acaricié, no me acuerdo de cómo llegué a él, pero si que me sirvió de cobijo en una noche aterradora para mí.

De repente dos gatos bien grandes aparecieron y empezaron a devorar las ratas mas alejadas del grupo que se arremolinaba alrededor mío. Muchas ratas les mordieron dándoles a entender el error que habían cometido. Entonces uno de los gatos pego un salto y erizó el pelo mirándome, bufándome. El otro gato Miró a su compañero, y luego a mí, para luego imitar a este. Las ratas no les dejaron en paz y les atacaron sin descanso hasta que estos se fuero heridos. Las ratas volvieron a organizarse y a mirarme.

Me levante del suelo y estas se alejaron mas. Di un paso hacia uno de los lados y unas ratas del lado opuesto se abalanzaron hacia el perro. Rápidamente volví sobre mis pasos y estas se alejaron a la velocidad del relámpago. El viejo perro de había despertado y me miraba atentamente. Entonces el nudo del estómago volvió y volvía a pedirme que llorase. Aquel perro no se había quedado conmigo por darme cobijo. Aquel perro me miraba con pena, como un hombre sentenciado mira a su verdugo. En la mirada de aquel perro sólo había tristeza y súplica. Al igual que las ratas no se acercaban por miedo a que acabase con su vida, aquel perro se había quedado conmigo para que acabase con su sufrimiento. No quería. “Eres un monstruo” resonaba en mi cabeza. Sentí como las lágrimas empezaban inundar mis ojos. Abracé a aquel perro y el no se resistió y se entregó aceptándome esperando a que terminase con su vida. Pero no lo hice.



El perro disfrutaba de su manjar de ratas. Comía despacio, saboreándolas. Sonreí, sentía envidia, yo también tenía hambre. Las tripas me rugieron. Tendría que comer algo pronto. Llevaba una semana sin comer, ni siquiera sabía como había podido aguantar tanto sin hacerlo. Había un montón de ratas muertas a mi alrededor, demasiadas para un solo perro. El comía como si estuviese en el paraíso. Entonces se me ocurrió aquella idea descabellada. Con manos temblorosas cogí una rata. Me la acerqué a la boca, olía mal. Mis tripas rugían a la vez que se retorcían. Ni siquiera tenía cuchillo para poder quitarle el pelo. Abrí la boca, cerré los ojos y le di un mordisco decididamente. Ni siquiera había sido capaz de dañar la carne y el pelaje me provocaba una sensación repulsiva con el contacto de mi paladar. Hice mas fuerza con las manos y volví a morderla con mas fuerza. Sentí como la carne se cortaba y mis dientes se chocaban con los huesos. Sentía asco, pero quería comer. Agarré con mas fuerza la rata con mis manos y tiré hacia atrás. Oí como la carne y tendones se estiraban hasta que se rompían y se separaban del cuerpo. Comencé a masticar y me lo tragué. Sentía arcadas, pero me obligué a no echar nada fuera. Una vez conseguí abrirme un hueco en sus entrañas, comérmela sin pelo era un avance y la comida se hizo mas llevadera.

El perro me miró con curiosidad, como si le estuviese pareciendo graciosa la escena. Después de la primera rata, las demás desaparecieron en mi tripa a una gran velocidad. Lo necesitaba y tenía pensado sobrevivir aun que eso significase tener que comer ratas. “No dejas de ser un monstruo” decía aquella voz en mi mente. “Sobrevive y huye, eso tienes que hacer.” No era mas que una fugitiva y un monstruo ¿no? Una parte de mí se entristecía. Otra simplemente se sentía libre de poder hacer cuanto me placiese.

La noche estaba cerrada cuando salí de allí. Un cielo estrellado se entendía sobre mi cabeza. El perro viejo me había seguido todo el rato con movimientos lentos y débiles pero parecía decidido a seguir haciéndolo. Le acaricié la cabeza con cariño. Y ambos abandonamos aquella apestosa cuidad.


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